viernes, noviembre 20, 2009

ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA: FRACASO CONTRACORRIENTE


La vida de Alberto Vázquez-Figueroa está llena de sorpresas. Pero para los que le admiramos y seguimos desde hace años, la sorpresa es asistir a una fiesta homenaje en su honor y descubrir que más del noventa por ciento de los invitados no es gente de la literatura o el periodismo, sino de la farándula y el destape.

Allí estaban Juanito Navarro, Victoria Vera, Máximo (y Loreto) Valverde, Silvia Tortosa y un largo etcétera de “viejas glorias” de la faceta más decadente del show business, dicho esto con todos mis respetos, tanto a la decadencia como al show business. Representantes del cuarto poder había pocos: Silvia Jato, Juan Luis Cano, Manuel Martín Ferrand e Iker Jiménez entre ellos. Los dos últimos actuaron como maestros de ceremonia junto a la escritora Carmen Posadas. También pululaban por allí el director de cine Antonio Giménez-Rico, el cantante Caco Senante, el inclasificable Octavio Aceves, el actor Manuel Zarzo... todos ellos para honrar y venerar la figura de un hombre imprescindible en las letras españolas del último siglo. Un autor que ha sido vapuleado por la crítica, pero principalmente por él mismo. “No soy quién para dar consejos acerca de cómo escribir, y tengo ochenta novelas para demostrarlo”, dice con toda naturalidad.

Este hombre que vivió su infancia en el Sáhara, que ha contado casi todas las guerras y conflictos internacionales de los últimos cincuenta años, que afirma ufano que ha escrito alguna novela en un fin de semana, que muchas veces prefiere jugar al dominó que sentarse a escribir, y que reconoce que “Tuareg” es el único de sus libros que vale la pena, se ha ganado la enemistad de gobiernos, editores y colegas de profesión al tiempo que ha acumulado miles de amigos y lectores en todo el mundo.

Sus novelas son entretenidas, reales, vividas, exóticas y a la vez cercanas. Exploran lugares remotos que el autor conoce bien, pero al mismo tiempo nos acercan al alma humana, un territorio que se asemeja a la jungla tropical: tan bello a veces como aterrorizador otras. Las últimas tocan temas tan controvertidos y en un tono tan crítico que sorprende pensar que el autor no las haya escrito con el chaleco antibalas puesto.

A lo largo de cincuenta años, Vázquez-Figueroa ha vivido y nos ha hecho vivir; ha pensado y nos ha hecho pensar; ha viajado y nos ha hecho viajar. Nos ha llevado al corazón mismo de la aventura, agitando nuestras conciencias sobre problemas tan graves como la sequía, la corrupción, el cáncer, el terrorismo, la deforestación, la esclavitud o la pederastia. Pero también nos ha divertido con su cinismo, su ironía y su lúcido escepticismo hacia un mundo que conoce como nadie.

Su hiperactividad le lleva a sacar un mínimo de un libro al año, dando como resultado una trayectoria irregular, con obras más logradas que otras, pero siempre fieles al carácter del autor, sin concesiones a la comercialidad (salvo, tal vez, el caso de la desafortunada y séptima secuela de “Cienfuegos”, tan tardía como innecesaria). A cambio nos ha regalado (de un tiempo a esta parte en el sentido literal, ya que todos sus libros se pueden descargar gratuitamente) joyas como “El señor de las tinieblas”, “Alí en el País de las Maravillas” o “Piratas” aparte de las ya mencionadas “Cienfuegos” y “Tuareg”, quizás lo más brillante de su producción.

Como pude decirle ayer, tengo la gran suerte de haber leído muchas de sus obras, pero también la suerte, aún mayor, de poder leer muchas otras por primera vez.

Larga vida a él y a sus libros.