miércoles, octubre 14, 2009

EMÉRITO POSTEGUILLO


¿Sabían ustedes que los emperadores romanos endulzaban el vino con virutas de plomo y eso pudo haber sido la causa de la locura de Calígula o Nerón? ¿Y que los nobles organizaban diferentes tipos de comida en su casa, dependiendo de la categoría del invitado? ¿Y que el uso de la barba entre los hombres se puso de moda a raíz de querer parecerse al emperador Adriano? ¿Y que lo mismo cabe decir del peinado de las mujeres en función de cómo llevase el pelo la emperatriz? ¿Sabían que en una novela de Santiago Posteguillo jamás verán al público alzar los pulgares para pedir el indulto de un gladiador hasta que el autor encuentre una fuente fiable que le demuestre que esto en realidad se hacía así?

De todo esto nos enteramos el martes pasado en la presentación para los medios de “La traición de Roma”, cierre de la monumental saga que Posteguillo dedica a la figura de Publio Cornelio Escipión, y que tuvo lugar en un entorno tan interesante y apropiado como el museo romano de Mérida. Allí, el autor valenciano destacó la importancia de este personaje que venció a los cartagineses, afirmando que “Gracias a Escipión, hoy somos como somos”.

Para Posteguillo -como para servidor- la literatura es un modo de entretenimiento que sirve como vehículo para la cultura. Quien lea “La traición de Roma” (o sus dos precuelas, “Las legiones malditas” y “Africanos, el hijo del cónsul”) se verá inmerso en la Roma republicana, en sus grandes batallas y conquistas, y en la vida cotidiana de sus gentes. Asistirá a un espectáculo de primera al tiempo que aprende infinidad de detalles históricos gracias a la laboriosa y contrastada documentación que Posteguillo maneja con soltura y que inserta, no a paladas, sino con la finalidad de instruir deleitando, sin perder nunca de vista la función dramática que, para todo buen relato, debe ser lo primordial.

Fue especialmente interesante asistir a las “tribulaciones” de un escritor ante las vitrinas de un museo. Es allí, en frente de pequeños fragmentos de vasijas, estatuillas de dioses o terra sigillata, donde la imaginación se dispara en busca de preguntas que, posteriormente, encuentran respuesta en los libros de Historia y destino en las páginas de las novelas. Posteguillo nos habló de la importancia de las fuentes directas (aquellas que se pueden ver y tocar), y que con la ayuda de las fuentes escritas, dan lugar en la mente del novelista al desarrollo de imágenes, escenas y capítulos.

A quien esto escribe, la original exposición le pareció doblemente fascinante, debido al hecho de que uno, aparte de autor, es licenciado en Historia del Arte, por lo que su mirada ante las piezas del pasado se abre con más variedad de perspectivas que la de aquel que sólo es novelista o historiador.

Si tienen ocasión, echen un vistazo a la saga de Escipión escrita por Santiago Posteguillo. Como dice uno de sus lectores: “Dale veinte minutos al libro y no podrás desengancharte”. Ayer, en un trayecto en autocar de tres horas, pude constatar que esto era así.

La traición de Roma.
Santiago Posteguillo.
Ediciones B.

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