martes, junio 14, 2011

Adiós, manzana, adiós



Los que vivimos en una gran ciudad como Madrid hemos perdido la perspectiva de lo que pasa en el mundo. No me refiero a los conflictos de Siria y similares, sino a lo que pasa en la calle, en nuestros barrios. Es cierto que podemos apreciar lo cambiada que está la Gran Vía, la cantidad de cines y teatros, y cafeterías, y tiendas que ya no están; pero el cosmos se comprende mejor si cogemos un trocito y lo analizamos en el microscopio.

Estos días he vuelto a mi Sanse post-natal para acabar un trabajo. Anoche me acosté tarde y esta mañana he decidido ir paseando hasta Alcobendas para desayunar en el Vips que tantos cafés me vio tragar durante mi juventud. Los que conozcan la zona sabrán que el estandarte que ondeó durante años sobre aquella parcelita del norte de Madrid era una gran manzana roja que pendía (y daba nombre) al centro comercial donde jóvenes y mayores nos dábamos cita cada fin de semana para hacer compras, ir al cine o degustar un menú Big Mac o unos sandwiches de Rodilla. Algunas de estas cosas se pueden seguir haciendo, pero hoy me he enterado de que el sitio ya no se llama La Gran Manzana, sino Dolce Vita. De hecho, la manzana ya no está.

Hace ya bastante tiempo que los antiguos cines (en los que fui testigo, entre otras muchas cosas, del hundimiento de DiCaprio en el Atlántico Norte) albergan un gimnasio, y hoy me he entristecido al comprobar que la librería que inauguraron hace no demasiado tiempo, se ha convertido en un local vacío. Lo mismo que la tienda de revelado de fotos a la que –dinosaurio que es uno- solía llevar mis películas en Súper 8. El resto es una sucesión de tiendas de ropa y de telefonía móvil, perfumerías, peluquerías y un herbolario. Casi hasta me ha hecho ilusión entrar en Eroski y ver todos esos cargamentos de libros de bolsillo compitiendo en sus estantes con los videojuegos y las fundas para Blackberry.

Luego he salido a la calle y me ha sorprendido ver la cantidad de bares y librerías que ya no existen. Y también la invasión de tiendas de informática que parecen multiplicarse cada pocos metros.

Viendo esto, uno se da cuenta de que en esta sociedad tendemos cada vez más a lo técnico, a lo físico, a lo aparente. Abundan las aplicaciones, los accesorios, las carcasas. Vamos a lo vistoso, a lo rápido, a lo manejable. A lo de fuera.

Decía Billy Wilder que algún día no hará falta equipo técnico para hacer una película, que un ordenador se encargará de la filmación, de la luz, del montaje... Incluso los actores serán criaturas infográficas. Sin embargo, veía imprescindible que alguien aportara el "qué", la historia, el contenido. Sin ello, todo lo demás carecía de valor y de objeto.

Hoy, paseando por Sanse y Alcobendas (que son parecidos, pero no lo mismo) he estado pensando en ello. Y en que cada vez (y disculpen que vaya a mi terreno) se necesitan más informáticos, diseñadores gráficos y programadores, y menos guionistas, redactores y creadores. Esto dará lugar, si no lo ha dado ya, a un grado de perfección técnica que no estará a la altura de lo que nos venden. El 3D mola, pero la grandeza de Up o Toy Story 3 no está en verlas con gafas, sino en unas historias que conectan con los sentimientos de la gente. Son películas que funcionan en 3D, en 2D o contadas por un rapsoda en la plaza del pueblo. El resto no es más que un adorno.

Vivimos en un mundo de continentes sin contenido. Nos están vendiendo un hardware sin software.

La Gran Manzana ha muerto y se ha reencarnado en Apple.