lunes, noviembre 14, 2011

Hasta siempre, Nevada





Querida Nevada:

Según me cuentan, cuando te conocí ya no eras la moza enérgica y pizpireta que fuiste en tiempos. Yo te vi ya como una vieja dama -digna y cascarrabias como todas las viejas damas-, que reclamaba su territorio y defendía sus prerrogativas ante las nuevas generaciones que amenazaban con destronarte. Por aquel entonces aún saludabas al recién llegado y le brindabas tu compañía en la mesa, a la espera de que algún trozo de pan, carne o verdura se deslizara hasta tu boca, y gruñías con legítima autoridad cuando Canela o Estrella se acercaban al pedazo que, tú sabías, te correspondía por derecho.

Eso fue durante nuestros primeros encuentros. De pronto, sin saber cómo, te vi privada de tus sentidos, de tu capacidad para maniobrar, para decidir, para conocer. Te recuerdo tiritando tras caerte al agua, atascándote en la malla del jardín, solicitando silenciosa que te subiera en brazos a tu cuarto o te bajara a la zona del patio donde tenías tu comedero, ya que no eras capaz de enfrentarte a las escaleras. Para mí –y lo que voy a decir es muy injusto- fuiste el animal viejo, el otro, el que marcaba el contraste generacional con esas otras dos furias llenas de lozanía y vitalidad que acudían ladrando y saltando cada vez que me veían aparecer. Pero no era necesario un esfuerzo demasiado grande para comprender que para tus amos de siempre eras Nevada, la auténtica, la primera, la reina de la casa, el espíritu del hogar.

Desde que eras un cachorro, ellos –me consta porque al igual que tú tengo el honor de conocerlos bien- te dieron lo mejor: cuidados, alimentación, cariño, un entorno ideal, remedios para tus males (el último de los cuales, muy a su pesar, te han administrado hoy). Tú -no a cambio porque también sé que los perros como tú no hacéis favores interesados-, les proporcionaste catorce años de felicidad, de compañía, de fidelidad. Pero, ay, vieja Nevada. Lo que para nosotros es un parpadeo, para ti es toda una vida. Y en ese desajuste temporal nos debatimos los humanos que, pese al dolor de la inevitable pérdida, seguimos empeñados en convivir con vosotros, en sufrir vuestros males y en ser testigos dolientes de vuestra fragilidad y vuestro efímero ciclo, conscientes en todo momento de que vosotros haríais por nosotros lo mismo si en vuestra mano (o en vuestra pata) estuviera.

Te confesaré algo, Nevada. No soy una persona sensiblera. En mi casa los animales han sido siempre fuente de proteínas (estoy seguro de que en eso pensamos igual), y siempre he creído que cada criatura tiene su función. Jamás he disparado contra ningún animal, y no creo que encontrara ningún placer en hacerlo; pero tampoco me negaría a hacerlo en caso de necesidad, jamás como diversión o deporte. De igual modo, tampoco dudaría en disparar a aquel congénere mío que maltratara a su mascota. Vamos, que no tengo a los animales idolatrados, como tampoco guardo ciega devoción por esos otros bichos que me cruzo diariamente en la Gran Vía. Pero un tópico, por tópico que sea, no deja de ser cierto. Y es necesario convivir con un perro como tú o un par de gatos como los que tengo en casa para abrir los ojos y darse cuenta de que los animales sois algo más que seres inferiores con patas, orejas y rabo. Una paloma o un cerdo pueden ser fuente de proteínas, pero un gato o un perro son, aunque suene radical, fuente de muchas de esas virtudes que hoy en día echamos a faltar en algunos humanos.

Hoy te he visto marcharte, rodeada de aquellos que más te quisieron, dejando atrás tu sufrimiento y el de ellos, envuelta en despedidas, llantos y cariño. Y mientras desde cierta respetuosa distancia compartía con vosotros ese momento tan duro, pensé que te tenía envidia. Que estaba viendo a cuatro seres vivos afortunados, que tuvieron la inmensa suerte de coincidir en el espacio y en el tiempo, y que durante esos años fueron felices. Tú les diste a ellos esa felicidad y ellos te han dado hoy la opción de marcharte sin sufrir.

Llegará el invierno y caerá la nieve. Y con esos primeros copos percibiremos tu presencia, que ya será eterna e inmortal.

Buen viaje, Nevada.