domingo, enero 14, 2007

TRANSPORTES HERNÁNDEZ Y SANJURJO: BIPARTITO GALEGO EN CLAVE DE FOLK.


(Artículo publicado en la revista "Eclipse", enero de 2007)



Los viejos rockeros nunca mueren, sólo se transforman. Julián Hernández, batería de Siniestro Total allá por los ochenta y líder indiscutible del grupo vigués a día de hoy, se ha dado cuenta de que se pueden decir las mismas cosas y ser igual de gamberro sin tener que dar saltos entre cables, baterías y guitarras eléctricas. Por eso, junto con Rómulo Sanjurjo, coruñés y acordeonista del desaparecido grupo Os Diplomáticos de Montealto, formó allá a finales de los noventa el dúo Transportes Hernández y Sanjurjo. Un invento que, en el tradicional formato de voz, guitarra acústica, mandolina y acordeón, ha dado al mundo una serie de canciones en las que la ironía, la guasa y cierto compromiso social se conjugan siguiendo la costumbre promovida en España por Javier Krahe y continuada por individuos del pelaje de Pepín Tré, Pablo Carbonell o El Gran Wyoming.

El invento prosperó y se materializó en Privilegios de tener una ocupación inútil, auténtico disco de culto que, por lo que sabemos, que igual no, sólo se puede conseguir a través de la discográfica que dirige el propio Hernández: Discos de Freno. Sus ocho canciones prescinden de efectismos en lo técnico y derrochan frescura en lo artístico. Repertorio ideal para raritos, contiene una sabrosa oda al sadomasoquismo, un amargo retrato de la Europa más rancia, un folk dedicado al Big Mac, e incluso ritmos tribales para pedir un 0.7 que ya ni los que más lo necesitan se toman en serio.

Disco de culto, decimos. Y ahí se podría haber quedado la cosa si no fuera porque en noviembre del ya difunto 2006, el dúo sacó a la venta Vista Alegre, un segundo álbum que es maná caído del cielo. Canela fina. Uno de esos discos que uno no se cansa de escuchar y en el que no hay excusa para no dejarse los cuartos. ¿Y por qué? Pues para empezar porque la edición es de lo más estimulante, con el CD imitando a la perfección un disco de vinilo y en el interior una foto de los dos perpetradores del invento ataviados con trajes negros y garabatos fosforito. Aleccionador a la par que decorativo.

Pero vayamos al contenido y comprobemos que el repertorio completa y supera lo oído en el disco anterior. El espectáculo se abre con A ti ya te gustaría hacer el indio, Margarita, alegre defensa de los hábitos cheyennes, apaches y siux. Continúa con el desgarrador Madre Fango, que evoca de modo nostálgico al lodo primigenio y a sus incipientes habitantes deshuesados (el sonido nos sitúa inmediatamente en una charca de Louisiana o de por ahí, por lo que el efecto es doblemente legamoso). La cosa sigue con el pegadizo Sentadito y Callao, irónico testimonio del autoritarismo político y social de cualquier época. La canción romántica está presente en La Soledad del Francotirador, un emotivo poema de un hombre a su rifle. Los primeros compases de Cuánta puta y yo que viejo, uno de los grandes éxitos de Siniestro Total, son hábilmente reciclados en uno de los grandes momentos del CD, de esos que piden a gritos una nueva escucha, y luego otra más: Consumo infantil, regocijante divertimento en torno a un tema tan preocupante como la violencia infantil, seguido del desesperado grito etílico Llevadme a un bar. Destaca también la declaración de intenciones políticas Ámame, soy un liberal, y dos canciones a modo de himnos: Encenderé mi vela y Palmo de narices. Además se incluyen un par de gansadas de duración breve que amenizan el asunto y demuestran que los gallegos se lo han sabido currar.

Con esto, el CD ya tendría la calificación de sobresaliente, pero es que lo mejor se reserva para el final. La luz al final del túnel es una osada historieta musical en catorce movimientos que narra las desventuras de un hombre que muere y, arrepentido, decide regresar a la vida. Folk, country, blues, rancheras y new age se hilvanan en esta impagable traca final que, puestos a establecer comparaciones absurdas, podría entroncar con algunas de las piezas más surrealistas de Les Luthiers. Avisamos: sólo estos trece minutos justifican la adquisición del CD.Con Transportes Hernández y Sanjurjo el panorama musical nacional vuelve a ver esa luz al final del túnel. Y es que como dice el propio Julián Hernández: “Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido”. Pocos músicos se toman la música tan en serio; por eso esperamos ansiosos el tercer álbum del dúo, así como que algún ayuntamiento los invite a las fiestas patronales para poder así disfrutar de su arte en directo. Un arte no apto para aquellos que no saben escuchar entre líneas, valorar el ingenio ni apreciar el buen gusto musical. Bisbaleros y chenoeros aparte, claro.

¡ENSÉÑAME EL DE MAYO!


Así, como reza el título, me increpó el autobusero la noche del treinta de abril a las tres de la madrugada.

Era viernes, y tal como tengo por costumbre, regresaba a mi hogar tras un pequeño rato de esparcimiento, cerveza, pinchos y buena conversación, pues el médico que me trata me ha aconsejado que prescinda en lo posible del insano ambiente familiar y el trillado “Un, dos, tres” para desarrollar mis habilidades sociales. Como suele ocurrir, el nexo entre mis habilidades sociales y mi mullido colchón no es otro que el autobús nocturno de Plaza de Castilla, así que yo, con total desenvoltura y tras percatarme de que la maquinita pica tickets volvía a estar averiada, le mostré al conductor mi raído abono con el cupón de abril, tal como la fecha invitaba a hacer. Pero cuál sería mi sorpresa cuando el servicial individuo, con el sudor perlando su despejada frente, me suelta con voz trémula:

- ¡Enséñame el de mayo!

Me encojo de hombros y respondo franco:

- No tengo el de mayo.

- ¡Pues uno con veinte!- tras lo cual la voz trémula, rayana ahora en neurastenia, continúa con una perorata que viene a decir que se la pela lo que le digamos y que el consorcio nos obliga a adquirir el cupón del mes vigente con al menos una semana de antelación y que el seguro no cubre los abonos caducados y que si yo me caigo la bronca va pa él.

Entre mis máximas vitales destaca en caracteres dorados no discutir jamás con funcionarios ni con tigres de Bengala, pero no pude evitar llamar la atención a aquel hombre sobre lo extraordinario de su petición.

- ¡Que me da igual lo que me digáis!- insistió cada vez más alterado sin darme opción a preguntarle por qué seguía utilizando el plural, lo que me hizo temer la posibilidad de que se encontrara ebrio, condición que sin duda explicaría su desmandad actitud.

Pero a renglón seguido me retracté y no me pareció explicación suficiente. Mis recuerdos más felices comprenden numerosas ocasiones en las que he regresado chuzo a casa un día cualquiera de final de mes habiendo podido usar como pasaporte a la mona mi abono transporte del mes vigente que para aquel molesto autobusero lo era del mes precedente.

Eso me llevó a una serie de reflexiones temporales como preguntarme qué ocurriría si un viajero sube al bus a las once y cincuenta y cinco del 31 de noviembre y a mitad de trayecto pierde el equilibrio y se golpea los dientes con uno de los agarradores. Técnicamente sería 1 de diciembre, por lo que el seguro no cubriría los desperfectos odontológicos del viajero y, por ende, la bronca iría pal autobusero. ¿Y si, rizando el rizo, aplicaran el sistema del abono de transporte a los aviones y al subir ese mismo viajero el 31 de noviembre a un Boeing 737 esgrimiendo el abono reglamentario, cruzan de inmediato una franja horaria y se plantan en pleno diciembre como quien no quiere la cosa al tiempo que un pirata aéreo le toma como rehén y le clava una daga en el costado? ¿La bronca sería pal piloto?

En fin, no quise en modo alguno importunar al autobusero con mis dantescas reflexiones (dantescas de Joe Dante, que también tiene comedias divinas, algunas con bichitos y todo), por lo que me limité a pagar mi euro veinte no sin antes hacerme el firme propósito de, a primera hora de la mañana, buscar en Internet al representante de El Consorcio para plantearle mis dudas. Los cuartetos vascos nunca han sido santo de mi devoción, pero pensé que en este caso era conveniente saltarse a todos los intermediarios y hablar directamente con el sujeto que estuviese al mando.

Por desgracia, en la lucidez de la primera mañana de mayo caí en la cuenta de que noviembre sólo tiene treinta días, por lo que mis hipótesis y mis ansias de luchar se vinieron abajo y me fui al café de la esquina a comprar porras.

LA TETA Y LA TUNA


(Artículo publicado en "Eclipse" el año en que a la Jackson se le salió una pera)

Allá por el siglo XV mucha gente vestía como los actuales tunos, con sus calzas y sus capas, cortejando a damiselas por los balcones. Estos tocabandurrias constituyen hoy uno de los símbolos universitarios más retrógrados que existen, y me he acordado de ellos a tenor de la teta de Janet Jackson y toda la movida suscitada por la accidentada aparición de su anillado pezón.

Esa teta que todos han condenado y que al mismo tiempo ha batido todos los records de búsquedas en Google, ha sido el desencadenante de una corriente neoinquisitorial como aquellas que operaban en Europa en los años en que la gente se vestía como los tunos; esas mismas fechas en las que si alguien osaba atentar contra las verdades intocables de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, podía acabar sus días con la cabeza en un cesto, los brazos partidos tras la espalda o contemplando cómo se le chamuscaban los miembros en una hoguera pública.

Hoy esas cosas no pasan (al menos en esta civilizada cultura occidental) pero nuestra naturaleza pecaminosa nos ha obligado a acatar terribles castigos impuestos desde la Cúpula. Véase- o mejor dicho, no se vea- el escote de la Aguilera en los Grammy o la ley marcial impuesta en la retransmisión televisiva de eventos que ahora parecen conventos. ¿Y todo para qué? ¿Para evitar que veamos más tetas? ¿Para alejarnos de nuestros instintos más mamones? ¿Para proteger a nuestros niños, mucho más mamones que nosotros aunque a algunos nos pese? Censura para las tetas. Censura para los Oscars. ¿Temen que Nicole Kidman enseñe un calostro? ¿O más bien les espanta que gente extrañamente lúcida como Michael Moore, Sean Penn, Jessica Lange o Susan Sarandon expresen lo que piensan del presidente Bush?

Yo no compro los discos de Janet Jackson. Ni siquiera me pone como mujer, aunque tras visionar una amplia serie de fotografías con el fin de documentarme para este artículo, he de reconocer que está buenorra. Pero también lo estaba Helena y, digan lo que digan, ella no desencadenó la guerra de Troya. ¿O es que no sabían ustedes que todo fue un montaje de los griegos para controlar las minas de cobre y zinc de Asia Menor? Sadam es la nueva Helena. El petróleo el nuevo cobre. La censura... lo de menos. Recordemos que en épocas de prohibición el ingenio se agudiza, el humor se hace sutil y el adulterio se transforma en exquisito incesto. El problema es que la teta de la Jackson nos devuelve inexorablemente a los tiempos de los clavelitos. Y eso sí que no.

LA SOPORÍFERA GENIALIDAD DE DON JAVIER SEXAGENARIO


(Artículo publicado en "Eclipse" en algún momento de 2004)



Resulta que en este país hay grandes artistas y casi nadie lo sabe. Y no hablo de Velázquez, ni de Goya, ni de Alonso Cano, ni de Raúl, ni de Arguiñano, sino de esos otros que, sabiéndose geniales, no les apetece nada presumir de ello. Y por eso no salen en la tele, ni actúan en Las Ventas, ni exponen en la Mapfre. Y lo que es peor: se saben geniales porque la gente les ha contado que lo son. Y eso tiene más delito.

Javier Krahe lleva veintipico años en eso de componer canciones y todavía nadie sabe quién es. Sólo los fans de alguien más joven y exitoso que él como es Joaquín Sabina, saben que en aquel CD de La mandrágora había un chico calvo que cantaba canciones tan emblemáticas como “Marieta”, “La hoguera” o “Villatripas”. Y a partir de ahí es ponerse a investigar y descubrir que al chico calvo le salió una barba blanca y una docena de discos, y entre medias miles de actuaciones en bares y cafés teatro de toda España. Y dirá algún fan de Ska-P que, seguramente por accidente, esté leyendo estas líneas: “Buah, un cantautor de esos”. Pues no, chato. Esos cantautores en los que piensas se dedicaban a tocar las gónadas al régimen franquista, a cantar a la Libertad (así con mayúsculas) y a seguir la estela de poetas mártires como Machado, Hernández, Alberti y compañía. Krahe no. El madrileño, bostezando ante tal panorama, desvió la mirada hacia Francia, y concretamente a Georges Brassens y sus canciones sobre la amistad, el amor, la vida misma y la sana ironía. De ahí bebe Javier Krahe, y menos mal, aunque musicalmente sus canciones dejan bastante que desear. La melodía es simple y en muchos casos monótona, pero da igual porque lo importante en Krahe es siempre la letra. Y es que Don Javier es un cantante aburridísimo cuando se le oye, pero fascinante cuando se le escucha.

Canciones de amor como “Sábanas de seda”, “Pijama blanco” o “Paréntesis” rezuman sensibilidad y sarcasmo a partes iguales. Pero en su extenso cancionero encontramos también odas a la masturbación, el alpinismo, la ecología, el ateísmo y, sobre todo, la mujer. Acerca de este tema, él mismo se defiende de los que le tachan de misógino encogiéndose de hombros y diciendo que está tranquilo porque, aunque sus letras puedan indicar lo contrario, él no lo es. Así que tenemos a un hombre sencillo, tímido, de afilado humor y exquisita sensibilidad, que llena bares y cafés, pero al que nadie conoce.

Este año Javier Krahe ha cumplido sesenta años de vida y veinticinco de escenario, y para celebrarlo sus compañeros de la compañía 18 Chulos Records (con socios tan insignes como Wyoming, Pablo Carbonell y Pepín Tre) han decidido sacar un doble CD en el que un puñado de artistas mucho más famosos que Krahe interpretan sus canciones. Entre las voces que arreglan o se cargan las creaciones del genial autor hay nombres como Rosendo, Alejandro Sanz, Lichis, Mónica Molina, Serrat, Iñaki Gabilondo, Sabina, Aute, Diego el Cigala, Mónica Molina, Miguel Ríos, Pedro Guerra y así hasta veintiocho. Hay versiones acertadas y otras lamentables. La mayoría de ellas son tan sui generis que no es de extrañar que todo el proyecto se llevara a cabo a espaldas del homenajeado. De hecho escuchando el CD uno siente la necesidad de salir presuroso a la tienda de discos más cercana donde, si tiene mucha, muchísima suerte, podrá encontrar las versiones originales, entonadas con el estilo personal y la forma de interpretar que han hecho de Javier Krahe un tipo único en su especie.

De momento podemos saborear este doble CD, “Y todo es vanidad”, cuyo objetivo es reconocer con mimo, cariño y admiración el trabajo de uno de los grandes letristas que ha tenido jamás nuestro país. Canciones tan bellas como “Nos ocupamos del mar” y tan corrosivas como para ser censuradas, caso de “Cuervo ingenuo”, nos dan una idea de su talento y su versatilidad. Y tanto para los que le conocemos un poco como para los que aún no saben quién es, se incluye un instructivo DVD que nos habla del hombre, de su vida, su humor, su carácter, su relación con la música, las drogas, el mar, Canadá, su esposa...

Se pongan como se pongan, ya no tienen motivos para no conocer a Javier Krahe.