jueves, marzo 10, 2011

De frikis y gafapastas


Cuando era más joven, teníamos un programa de radio en el que mis amigos y yo hablábamos de cine.

Todos los fines de semana –y muchos días laborables– los pasábamos en la sala oscura. Digo “sala oscura” porque nos daba igual filmoteca, que multicines, que grandes locales que antes fueron teatros y ahora vuelven a serlo... si es que tienen la suerte de sobrevivir. El caso es que veíamos de todo y en todas partes.

Íbamos a ver Godzilla con la misma alegría con que nos metíamos a Rompiendo las olas, y nos aburríamos igual con las dos. Pero habíamos disfrutado mucho con Independence Day y más tarde vimos Dancer in the dark, que nos fascinó, por lo que estuvimos mucho tiempo sin saber si Roland Emmerich era mejor que Lars von Trier o viceversa. Al final decidimos que los buenos eran Billy Wilder (que aún seguía vivo) y Ridley Scott (que aún hacía buenas películas), por lo que se acabó la discusión.

A veces íbamos a ver la tercera entrega de Arma letal y salíamos echando pestes. Otras veíamos una de Paul Verhoeven que no estaba mal. Otras decidíamos meternos a una comedia romántica porque tenía la firma de Rob Reiner. Y, alguna vez, nos salíamos del cine cuando Demi Moore se quitaba la ropa. En una ocasión descubrimos a un realizador muy original que había hecho una película sobre unos ladrones encerrados en un almacén. El tío se llamaba Quentin Tarantino, y nos costó aprendernos el nombre. Pero al final nos lo aprendimos y lo utilizábamos en nuestras conversaciones cotidianas. Y los diálogos de la película, ya de paso, también. ¿Sabes de qué va Like a Virgin?

En el local de la radio hacíamos ciclos de cine y proyectábamos películas como Blade Runner o Una noche en la ópera. Como Un pez llamado Wanda o Ultimátum a la Tierra. En casa hacíamos maratones de Star Wars y de Woody Allen. Y en la videoteca nos tragábamos ciclos de Hitchcock, Welles, Wilder, Capra y Lubitsch. Al salir, hablábamos sobre ello. Leíamos libros y biografías de directores. Escuchábamos a Pumares por las noches. Y comprábamos el Fotogramas cada mes.

También íbamos a ver clásicos a la filmoteca, y nos quedábamos sin entradas para El hombre tranquilo o nos atracaban tras salir de ver La costilla de Adán. No nos perdíamos ningún estreno importante, casi siempre en versión doblada, aunque de vez en cuando nos íbamos de excursión a la capital (sí, vivíamos en municipios circundantes) y veíamos joyas en versión original. O las últimas de Disney, que para el caso es lo mismo. Cuando habíamos visto todos los estrenos importantes, íbamos a ver películas que no conocía nadie. A veces nos alegrábamos. Otras, no.

Montamos un festival de cine al que asistieron Juanma Bajo Ulloa, Álex de la Iglesia, Santiago Segura (antes de Torrente), Javier Fesser (antes de Petinto) o Jaume Balagueró. Pasábamos horas viendo todo lo que nos echaban. Y cuando salíamos, nos íbamos a tomar un café o una copa y hablábamos de si el Batman vuelve de Tim Burton era una maravilla o una porquería, o de si el salto de eje de La diligencia estaba premeditado, o de si Pierce Brosnan era mejor Bond que Timothy Dalton, o de que si el mcguffin era algo más mítico que real.

Cuando no estábamos en el cine, escribíamos guiones y rodábamos cortos. Éramos gente extraña, pero formamos un buen grupo. Con algunos mantengo el contacto. De otros nunca más se supo.

No sabíamos lo que era un screening, ni un streaming. Grabábamos las películas de Cineclub en VHS y las veíamos al día siguiente. Y descargarse una foto de Tracy Lords (con o sin ropa) llevaba una eternidad.

En esa época no había frikis ni gafapastas, o, si los había, no se les llamaba así. A nosotros nadie nos llamaba frikis ni gafapastas.

A nosotros nos gustaba el cine.




¿Quieres ganar dinero escribiendo? Pulsa AQUÍ.

6 comentarios: