martes, septiembre 09, 2014

NAZIS, NAUFRAGIOS Y CREMA NIVEA

Es un tópico eso que dicen: los escritores nunca tienen vacaciones. Un tópico, sí, pero también una verdad como un zigurat babilónico. La cabeza del contador de historias siempre está al acecho de ese detalle, ese lugar o esa leyenda que sirva como espoleta para un nuevo relato. A veces, a su pesar.

El cuerpo está echado sobre una tumbona enfrente del mar, sin nada que perturbe la tranquilidad de quien sólo busca unos días de descanso. El olfato percibe el salitre, el aroma de la crema bronceadora, los efluvios del aceite del chiringuito cercano, mientras el oído se distrae con el rumor de las olas o los retazos de conversaciones en distintos idiomas que trae el viento. Es al levantar la vista cuando suena la alarma. Una forma oscura y cilíndrica en el horizonte, algo que no parece natural, ni de esta época. Entonces el veraneante se incorpora y camina a lo largo de la playa hasta situarse ante la mole de cemento, en la que la mente del novelista ve un misterioso testimonio de otro tiempo, o, dicho de otro modo, un arca llena de historias. Y de preguntas.

Pero uno sólo quería un día de playa y vuelve a su tumbona, aunque con el dichoso edificio de cemento en la cabeza. ¿Qué era? ¿Quién lo construyó? ¿Cuándo? Y last but not least, ¿para qué? La abeja de la curiosidad clava con saña su aguijón, y para olvidarse de ella, nuestro personaje se levanta y echa a andar en dirección contraria. ¿Hacia dónde? Quién lo iba a decir: hacia un gran objeto de extraña forma que sobresale del agua, a unos veinte metros de la orilla. ¿Es un pecio? ¿Es un avión? Es otro motivo para que la imaginación se dispare.

Entonces llega la hora de volver al hotel, donde el portátil (que haciendo honor a su nombre, se vino con nosotros en vez de quedarse cuidando la casa) y el wifi se empeñan en responder a las preguntas suscitadas por los descubrimientos del día. Y uno se entera de que el edificio de cemento es un búnker que data de la Guerra Civil, y que la playa en la que se encuentra pudo servir de refugio a los nazis que Franco invitó cuando los aliados les dieron para el pelo en la otra guerra. Y el objeto semisumergido son los restos de un vapor que naufragó en 1902. Y se empiezan a mezclar cosas en una amalgama que termina en una libreta, con la intención de investigar el asunto más a fondo, sólo por curiosidad, aunque hay muchas posibilidades de que aquello se quede flotando en el éter de las historias por escribir, esperando su momento. 

A estas alturas, el escritor da por finalizadas sus vacaciones. O tal vez, por el contrario, note que estas acaban de empezar.
El sufrido escritor-veraneante frente al búnker de la playa de los Alemanes.

Restos del vapor Gibralfaro en la playa de Atlanterra.




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