domingo, enero 14, 2007

¡ENSÉÑAME EL DE MAYO!


Así, como reza el título, me increpó el autobusero la noche del treinta de abril a las tres de la madrugada.

Era viernes, y tal como tengo por costumbre, regresaba a mi hogar tras un pequeño rato de esparcimiento, cerveza, pinchos y buena conversación, pues el médico que me trata me ha aconsejado que prescinda en lo posible del insano ambiente familiar y el trillado “Un, dos, tres” para desarrollar mis habilidades sociales. Como suele ocurrir, el nexo entre mis habilidades sociales y mi mullido colchón no es otro que el autobús nocturno de Plaza de Castilla, así que yo, con total desenvoltura y tras percatarme de que la maquinita pica tickets volvía a estar averiada, le mostré al conductor mi raído abono con el cupón de abril, tal como la fecha invitaba a hacer. Pero cuál sería mi sorpresa cuando el servicial individuo, con el sudor perlando su despejada frente, me suelta con voz trémula:

- ¡Enséñame el de mayo!

Me encojo de hombros y respondo franco:

- No tengo el de mayo.

- ¡Pues uno con veinte!- tras lo cual la voz trémula, rayana ahora en neurastenia, continúa con una perorata que viene a decir que se la pela lo que le digamos y que el consorcio nos obliga a adquirir el cupón del mes vigente con al menos una semana de antelación y que el seguro no cubre los abonos caducados y que si yo me caigo la bronca va pa él.

Entre mis máximas vitales destaca en caracteres dorados no discutir jamás con funcionarios ni con tigres de Bengala, pero no pude evitar llamar la atención a aquel hombre sobre lo extraordinario de su petición.

- ¡Que me da igual lo que me digáis!- insistió cada vez más alterado sin darme opción a preguntarle por qué seguía utilizando el plural, lo que me hizo temer la posibilidad de que se encontrara ebrio, condición que sin duda explicaría su desmandad actitud.

Pero a renglón seguido me retracté y no me pareció explicación suficiente. Mis recuerdos más felices comprenden numerosas ocasiones en las que he regresado chuzo a casa un día cualquiera de final de mes habiendo podido usar como pasaporte a la mona mi abono transporte del mes vigente que para aquel molesto autobusero lo era del mes precedente.

Eso me llevó a una serie de reflexiones temporales como preguntarme qué ocurriría si un viajero sube al bus a las once y cincuenta y cinco del 31 de noviembre y a mitad de trayecto pierde el equilibrio y se golpea los dientes con uno de los agarradores. Técnicamente sería 1 de diciembre, por lo que el seguro no cubriría los desperfectos odontológicos del viajero y, por ende, la bronca iría pal autobusero. ¿Y si, rizando el rizo, aplicaran el sistema del abono de transporte a los aviones y al subir ese mismo viajero el 31 de noviembre a un Boeing 737 esgrimiendo el abono reglamentario, cruzan de inmediato una franja horaria y se plantan en pleno diciembre como quien no quiere la cosa al tiempo que un pirata aéreo le toma como rehén y le clava una daga en el costado? ¿La bronca sería pal piloto?

En fin, no quise en modo alguno importunar al autobusero con mis dantescas reflexiones (dantescas de Joe Dante, que también tiene comedias divinas, algunas con bichitos y todo), por lo que me limité a pagar mi euro veinte no sin antes hacerme el firme propósito de, a primera hora de la mañana, buscar en Internet al representante de El Consorcio para plantearle mis dudas. Los cuartetos vascos nunca han sido santo de mi devoción, pero pensé que en este caso era conveniente saltarse a todos los intermediarios y hablar directamente con el sujeto que estuviese al mando.

Por desgracia, en la lucidez de la primera mañana de mayo caí en la cuenta de que noviembre sólo tiene treinta días, por lo que mis hipótesis y mis ansias de luchar se vinieron abajo y me fui al café de la esquina a comprar porras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario